Programa de mano del concierto de inauguración del Centro del Japón que diseñé y al que no me invitaron.

Programa de mano del concierto de inauguración del Centro del Japón que diseñé y al que no me invitaron.

 

RIDICULUM VITAE

Noralba Acahayagua
No nací en Japón ni en 1977


Estudios

No estudié en un colegio biligüe
No pasé en la carrera de Cine y Televisión de la Nacional
No terminé el curso de italiano a pesar de que me encantaban el idioma y el profesor
Hablo pero no leo ni escribo bien japonés
No me postulé al Doctorado en Artes a pesar de que era relativamente fácil, agotada como estaba de tratar de encajar en la Universidad en Japón

Experiencia laboral y de la otra

Propuesta para el concurso de la Cámara Colombiana del libro cuyo deadline era el 8 de diciembre de 2019 y el día 9 pusieron que ampliaban el plazo porque alguien había pedido que lo esperaran, de acuerdo a los informes internos del pequeñísimo grem…

Propuesta para el concurso de la Cámara Colombiana del libro cuyo deadline era el 8 de diciembre de 2019 y el día 9 pusieron que ampliaban el plazo porque alguien había pedido que lo esperaran, de acuerdo a los informes internos del pequeñísimo gremio editorial. En fin.

Diseñé diez logotipos para un cliente y no le gustó ninguno. Debí haber hecho solo dos.

Compuse la música para una película y me tocó contratar a un abogado, ya que me despidieron por haber hecho quedar mal a la otra persona contratada para hacer el mismo trabajo (la esposa del jefe) que no lo había hecho, y luego me pidieron que devolviera el pago a pesar de haber cumplido con mi parte del contrato. Gané en el aspecto legal pero en el personal sufrí tristes consecuencias a causa de esta infamia.

Presenté, a solicitud de la Cancillería de Colombia, un proyecto de difusión de la obra de Rafael Pombo con talleres, exposición y libro en Japón, que rechazaron por falta de presupuesto. Un par de años después supe que el proyecto había sido ejecutado, idéntico al que yo había propuesto pero con otras personas.

Diseñé un logotipo para un cocinero que iba a abrir un restaurante. Como nunca lo abrió decidió que no tenía que pagarme. Todavía veo el logotipo en sus redes, donde ofrece sus servicios de catering.

Fui convocada por una joyera para revisar el estado de su marca, comunicaciones y tiendas. Ensamblé un grupo interdisciplinario con excelentes profesionales para llevar a cabo las mejoras necesarias, y a cambio fui sometida a una sesión de gritos porque la señora creía que estaba tratando de robarla:  ella quería que yo sola renovara marca, estrategia e interiorismo, sin tener las competencias y a un precio irrisorio. El ladrón juzga por su condición, me dicen.

He compuesto más de 50 canciones que nadie oye.

Fui profesora de planta en una carrera de artes de una universidad privada por un sueldo muy bajo y me tocó pasar tanto tiempo en reuniones y haciendo cosas diferentes a la docencia que creo que fui una pésima profesora. Espero que me perdonen algún día los estudiantes, como yo perdoné ya a mis profesores.

Rechazaron un proyecto de fotolibro en una convocatoria de publicaciones artísticas del Ministerio de Cultura porque me faltaba una carta donde la fotógrafa me autorizaba para publicar las imágenes. La fotógrafa era yo misma.

Compuse la música e hice el diseño sonoro del único proyecto radial que no ganó nada, para una compañía de Teatro en un Festival de Radio Experimental en México.

Intervine una repisa de diseño para una exposición donde participábamos varios artistas visuales. La idea era que me daban otra repisa a cambio de la que pintaba, pero no solo no recibí la prometida, sino que nunca supe que pasó con la que pinté.

Fui contratada para dar un recital en el cierre de un Seminario de Ciencias pero como nadie nos anunció los asistentes se volcaron al lobby a por el vino, mientras tocábamos ante el teatro vacío.

Entrevisté a un reconocido estudio de diseño para un libro que nunca se publicó.

Fui la diseñadora gráfica in-house de una compañía de arquitectura de la información gringa en Tokio. Me pagaban muy poco pero me prometieron que el computador que yo escogiera sería mío al finalizar el año. Además de diseñar fichas técnicas y empaques de productos que no entendía, tenía que contestar el teléfono “por mi bonita voz” y traer el café de todos porque sí. El jefe, un cubano de ultraderecha, me llevaba a la sala de juntas al otro extremo del corredor para susurrarme en español que todos en la oficina me odiaban, y que debería tomar Prozac como la loca de su ex-esposa si quería llegar a fin de año. Logré irme con el computador, luego de atravesar una fuerte depresión y volver a Colombia, donde me lo robaron apenas llegué.

Se me cayó al piso una obra de un artista cuando era asistente en una galería de arte. El daño no fue grave pero tenía tanto miedo de perder el trabajo que me dejé explotar sin miramientos, haciendo por ejemplo todos los diseños para el negocio paralelo del esposo de la jefa, que importaba lámparas mexicanas. Parece que luego se dedicó a importar crocs.

Le eché un vaso de agua encima a un cliente bravo (sin querer, tal vez) del restaurante español donde trabajé como mesera, en una zona de Tokio rodeada de prostíbulos y frecuentada por mafiosos de mediana o poca monta.

No gané nada en el concurso de fotografía de Canon al que mandé un archivo gigante con 5 años de fotos análogas fallidas (borrosas, movidas y encuadres accidentales). A mi me gustaba.

Hice flyers con fotos de mujeres semidesnudas y letras de neón cuando trabajé en una imprenta en Tokio. A algunos de los clientes les faltaban dedos.

En una entrevista laboral en un estudio de diseño en Santiago de Chile el entrevistador me dijo “Típico” cuando le conté que estaba en Chile porque me había casado con un chileno. Luego me preguntó qué hacía mi esposo, y cuando le respondí que era arquitecto dijo “¿y entonces para qué querís trabajar?”

Duré 6 meses empleada en una agencia de mercadeo directo. Renuncié una semana antes de que los echaran a todos y cerraran. Un tiempo después supe que el jefe se había quitado la vida.

A una aseadora de la Hemeroteca Nacional se le cayó una de las fragilísimas obras de Nijole Sivickas, que se rompió sin posibilidad de reparación. Yo era la organizadora de la muestra, que se daba en el marco de un Coloquio de Ciencias. El organizador del Coloquio, amigo personal de la artista, pagó de su bolsillo mi inexperiencia.


Todos mis numerosos fracasos son parte fundamental de mis contados aciertos y estoy muy agradecida con todos los que me han enseñado a seguir intentando ser un poco mejor.